Invitación
a manera de prólogo
En estos días parece que
la magia es propiedad de Harry Potter y de muy pocos más.
Los vientos de la
historia arrasaron con el poder de las palabras y aunque el idioma castellano
siga creciendo como segunda lengua en Twitter, no son pocos los que arriesgan
el apocalipsis de los libros y la reducción de lo oral a su mínima expresión.
Por eso es necesario detenerse frente a estas páginas que aquí empiezan a desplegarse.
Por eso es necesario detenerse frente a estas páginas que aquí empiezan a desplegarse.
Se trata de apuntes,
reflexiones, dudas y certezas de un joven periodista que todas las noches
cuando surgen los nuevos días, irrumpe desde un micrófono de una estación de
frecuencia modulada con la intención de hacer pensar, de compartir
sentimientos, ironías y diferentes necesidades existenciales. Como todo arsenal
dispone de sus palabras y la música. Poca logística para enfrentar esta cultura
aparentemente reducida al interés, la mezquindad y la especulación. Porque como
decían las grandes locutoras y los grandes locutores de hace cuarenta años, la
radio es mágica y mucho más cuando asoma la madrugada.
Aquí, entonces, hay
varias rebeldías desplegadas de forma solidaria hacia los demás: las palabras
que buscan sentidos y sentires; la recuperación de la repetida magia de la
radio y la necesidad humana de pensar y palpitar en voz alta, de gambetear el
hueco existencial de las distintas maneras que adquiere la soledad.
El autor de este libro
entretenido, profundo y convocante, es un muchacho que bordea los treinta años
y está convencido que las palabras sirven para algo. Que del otro lado del
micrófono y la música hay algo más que silencio.
Es un buscador atento,
este muchacho Santiago. Y lo hace desde una ciudad que en el último medio siglo
asistió a su propio despojo sin mayores gritos.
Rosario era a principios
de los años setenta el corazón del cordón industrial más importante de América
del Sur después de San Pablo. Ciudad obrera, industrial, portuaria, ferroviaria
y capital nacional del fútbol. Geografía de trabajo y, por lo tanto, de
inclusión social, rebeldías varias y culturas de avanzadas.
Pero vinieron los planes
de devastación y la región fue otra.
Y los que ahora gritan
son las pibas y los pibes herederos de tantos silencios cómplices que nunca
quisieron hacerse cargo del dolor y el costo que iban produciendo esos robos
sistemáticos que sufrió la ciudad.
Ya no está la ciudad
obrera ni tampoco la industrial. El puerto es un misterio del que no se habla
porque sus dueños son, a la vez, los que manejan los grandes medios de
comunicación. Y los ferrocarriles son vías para fantasmas y el cereal y el
mineral que son argentinos pero que se van afuera de la Argentina.
Entonces la ciudad es un
lugar más en el mapa del actual circuito de dinero fresco de capitalismo, del
narcotráfico y los pibes y las pibas como Santiago son convertidos en
soldaditos, consumidores consumidos que creen cada vez menos en las palabras y
cada vez más en las armas que les aportan los siempre presentes policías
corruptos.
Los números oficiales
gritan que ocho de cada diez pibes y pibas no terminan la escuela secundaria en
la ciudad y que la mayoría de los desocupados son ellos mismos. Y vienen los
gritos desesperados, la sangre joven derramada en los barrios.
Santiago es uno de esos
pibes pero se rebela, una vez más, al mandato de pesadilla y todas las noches,
rema contra la corriente del escepticismo y la facilidad intelectual.
Santiago piensa y siente
de acuerdo a las palabras que le navegan por dentro y con ese río invita a sus
oyentes a que lo sigan por sus recorridos, muchos de los cuales están en estas
páginas aluvionales.
El libro que usted tiene
en sus manos es la porfiada obstinación de un muchacho que no quiere ser uno
más y que pretende que la vida sea la fiesta que promete ser a cada paso.
Como en los viejos
relatos de otros tiempos, aquí no solamente hay apuntes sobre lo social, sobre
aquello que ocurre a distancia de uno, sino que también existen observaciones
muy íntimas en relación a los amores, los odios, los prejuicios y los valores
que ya no cotizan en bolsas celebradas por la gran prensa.
Es una gran alegría este
libro de Santiago.
Es la clara demostración
que lo humano sigue siendo la insistente pelea del amor contra el poder y la
muerte en sus distintas caras y máscaras, como dirían los grandes escritores.
Es la confirmación que
muchachos como Santiago ofrecen la certeza de saber que el futuro no tiene
cerrado el color negro ni la angustia como horizonte permanente.
De allí que los invite
con muchas ganas a sumergirse en estas páginas, en este río de palabras que,
por otra parte, son las que todas las noches, desde un micrófono arrabalero del
éter, un tipo joven nos ofrece para volver a sentirnos vivos y todavía con
tiempo para cambiar aquello que nos hace mal.
Carlos del Frade
Rosario, enero de 2013.
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