29.8.13

Encuentro 78 | Programa Recargado del 29 de agosto de 2013 | Poesía

Jueves en Está En Vos

Última invitación para el sábado infantil (y no tanto) + Unimos el Martín Fierro con César González, con JP + Más Cadillacs versión 2008 y Aristimuño + Celebración atrasada: el cumpleaños del Marciano Cantero + Mucho Enanitos Verdes + García Lorca desde Nueva York: "New York (Oficina y denuncia)" + Poetas que denuncian el mundo inhumano y pequeño paréntesis: "El extractivismo sólo es posible con represión" + Noche de poesía: Sub Marcos, Mario Benedetti, Víctor Hugo y los anormales de La Garganta Poderosa + León Gieco, Flaco Spinetta, Joan Manuel Serrat, Loli Molina y Los Abuelos, versión 1968 + Radio Clash: aniversario del nacimiento de Michael Jackson.

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Federico García Lorca
New York (Oficina y denuncia), de Un poeta en Nueva York


Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.

Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.

Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.

La sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.

Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.

Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la ultima fiesta de los taladros.

Os escupo en la cara.

La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando, en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.

No es el infierno, es la calle.

No es la muerte, es la tienda de frutas.

Hay un mundo de ríos quebrados
y distancia inasibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.

Oxido, fermento, tierra estremecida.

Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.

¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?

San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.

No, no, no, no; yo denuncio.

Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

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Infelices los normales - Los anormales de La Poderosa (con la locura de Roberto Fernández Retamar)

Felices los normales, esos seres extraños,
los que no tuvieron una madre puta, un padre peronista, un hijo trosko;
una casa sin cloacas, una enfermedad sin obra social;
los que no han sido calcinados por un precario cableado eléctrico,
los que le dieron el 70% y un poco más,
los llenos de empleados, los arcángeles con monederos,
los propietarios, los ricos, los lindos,
los educados y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
los que mandan, los que son queridos hasta en la dictadura,
los flautistas patrocinados por ratones,
los vendedores que jamás fueron consumidores,
los caballeros ligeramente inhumanos,
los corruptos vestidos de truenos y las corruptas de relámpagos,
los dialoguistas, los ubicados, los urbanizados,
los moralistas, los legales, los inimputables y los inimputeables.
Felices las aves de prensa, el estiércol, las hiedras.

Pero que den paso a los internos del Borda que hacen los mundos y los sueños,
las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbordan
y nos construyen; los más locos que sus madres, los más pobres
que sus padres o más ricos que sus hijos
y más devorados por gobiernos recalcitrantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

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