22.10.13

Encuentro 100 | Programa del 22 de octubre de 2013 | Capitalismo Cultural #1

Martes en Está En Vos
 
Arrancamos la última semana antes del receso en San Marcos adelantando la marcha contra la baja de edad de imputabilidad + Carlos Solari nos mete en el tema: "Capitalismo cultural" + El mundo de la unanimidad capitalista, que nos vende experiencias y cultura + El viejo Bob + Recordamos el "Rompan todo" de Billy Bond, el 20 de octubre de 1972, y encontramos la excusa perfecta para escuchar mucho del más magistral e iniciático rock argentino + Inspirados en palabras de Norberto Glavinovich, notas recordando el asesinato de Mariano Ferreyra + Tercerización, consultoras parásitos y todo se relaciona + Andrés Abramowsky nos demuestra que no todo está perdido con los comentarios nazis en La Capital Online + Canciones de verano: Los Piojos, Kid Rock, Louis Armstrong y La Zinbabwe + Palabras de Obama que deben asustar al 99% + Radio Clash Especial: el cumpleaños del enorme José Larralde, y un poco de sabiduría entre tanta desidia "informativa" naturalizada + "Cosas que pasan" y "Permiso".

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Sobre el capitalismo cultural.

La sociedad moderna ha transitado por distintas fases, en las cuales los ámbitos de lo económico y lo cultural han interactuado de maneras particulares. Durante el capitalismo de corte industrial, por caso, la fábrica se convirtió en la organización de los modos de vida de las mayorías, obligando a los artistas y las vanguardias a posicionarse en oposición a esa forma de vida dominante. El artista, como productor cultural y simbólico, se ve obligado a presentarse como un personaje enfrentado al mundo que lo rodea. La división que existe durante esta etapa, entre el trabajo industrial-productivo y aquel realizado por el productor simbólico, es decir por el artista, es categórica.

El artista se transforma en un bohemio mostrándose como un personaje que huye de la miseria espiritual que fomenta el capitalismo materialista desenfrenado, el cual se asienta no sólo en la apropiación sistémica de las fuerzas productivas, sino que se transforma también en el generador de los códigos de actuación social mayoritariamente aceptados. El sistema productivista hace que el mercado se adueñe, a través del consumismo, del deseo. Por eso, cuanto más radical era la negación del sistema por parte del artista, más importante se torna su figura como representante del sistema de producción simbólica del espíritu contestatario.

Hoy estamos llegando a una fase en la sociedad, la del capitalismo cultural, en que las fuerzas económicas y las prácticas culturales y de representación comienzan a fusionarse. Surge con ímpetu la industria cultural y mercado y cultura establecen una relación cada vez más estrecha. Este proceso coincide con las dificultades que sufren las viejas maquinarias productoras de identidad, como lo fueron las religiones institucionalizadas y los sentidos de patria y nacionalidad. Una característica distintiva del actual capitalismo cultural es la expropiación de diversos aspectos de la vida, para convertirlos en relaciones comerciales.


Surge así la actividad pública en los centros comerciales privados, la participación de los consumidores en parques y bares temáticos, la cultura del video clip y de la imagen por encima de todo, el fenómeno de las marcas y los símbolos identitarios que estas intentan representar. Las fronteras entre la presión comercial del marketing y la actividad cultural per se se hacen porosas. Esa presión motiva que cualquier instante de nuestro tiempo libre se rellena con algún tipo de conexión comercial. El campo de batalla de la competitividad de hoy se libra en la mente de la gente. Las marcas son sus armas y el botín de guerra termina siendo la atención que les prestamos. Tiene lugar así la “mercantilización del tiempo” y la “industralización de la subjetividad” en la que la función antropológica del artista es re-ubicada.

Cuando prácticamente todos los aspectos de nuestro ser se transforman en una actividad por la que debemos pagar, la vida misma se transforma en el último producto comercial y la esfera mercantil se convierte en el árbitro final de nuestra existencia personal y colectiva. Una vez que el mercado se apropia del arte, la cultura se queda sin una voz que interprete y construya significados comunes. El capitalismo industrial está culminando su transición hacia un capitalismo cultural plenamente desarrollado, apropiándose no sólo de los significados de la vida cultural y de las formas de comunicación artísticas que los interpretan, sino también de sus experiencias de vida. El consumidor es cada vez más consumidor de cultura, y la cultura es cada vez más un producto mercantilizado. Actualmente las empresas fabrican, a través de sus marcas y de la maquinaria publicitaria, memoria y estilos de vida y no tanto, como pudiera pensarse, bienes.

Hoy se habla de “bienes experienciales” o “industrias de experiencia”, que compiten por segmentos de nuestra atención. Se incluyen en esta categoría al turismo, la industria cinematográfica, la Televisión, los parques temáticos, los centros comerciales, la industria de la noche, la música popular, el deporte-espectáculo, entre otras. Las actividades culturales, que antes tenían lugar en la plaza pública, se están recluyendo a los centros comerciales cerrados y privados, que se reservan el derecho de admisión y permanencia, convirtiéndolos en una mercancía que reproduce parte de la cultura en formas comerciales simuladas. La actividad cultural que se desarrolla en ellos no es nunca un fin en sí mismo sino que es instrumental a los fines comerciales.

Empresas como Nike, por ejemplo, no venden tanto calzado deportivo o zapatillas... como la imagen de lo que supondría calzar esos zapatos deportivos o esas zapatillas. En la nueva era del marketing actual, la imagen no representa al producto, sino que el producto representa a la imagen. Los productos pierden importancia material, pero ganan importancia simbólica. Mucho del consumo actual tiene un carácter aspiracional. Como dice Alvin Toffler en El Shock del Futuro, ya en 1970: “seremos la primer cultura que utiliza la tecnología para manufacturar el más pasajero y, sin embargo, perdurable, de los productos: la experiencia humana”. Peter Sloterdijk nos comenta en Experimentos con uno mismo (2003) que el contrato social no está siendo modelado por la dinámica política sino por la industria del entretenimiento.

¿Qué nos deparará el futuro? ¿Nos estaremos transformando en instrumentos de este plan de mercantilización esquizoide?, ¿cuáles serán las consecuencias de este proceso de apropiación? mucho está por verse y moverse.


(*) Extraído de internet en el año 2007.

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