12.5.08

Todo por esa "agradable" señora mayor

Lo conté el otro día en la radio. El viernes a la tarde venia en un colectivo y en una esquina esperaba una señora indudablmente mayor. La hasta ese momento "pobre" abuela tuvo dificultades para subir al bondi, y fue ayudada por un pasajero que estaba en el primer asiento. Venia como divagando, diciendo cosas al aire, y ni siquiera agradeció al tipo que le permitió subir tranquila.

Ni bien marcó su tarjeta, esas que la municipalidad otorga a los pertenecientes a la "tercera edad", empezó su cántico impune: "Estos negros de mierda, qué marmota que son. Como quieren no estar cómo están..." y cosas por el estilo. Parece que la abuela venia mascando bronca por algún altercado con uno de esos seres humanos a los que descriminarlos gratuitamente parece ser el pasatiempo de varias "personas".

La señora parecia no contentarse con escupir su, ya a esa altura, asquerosa "verdad" y seguia deslizando términos que rozaban lo incoherente y patético. "Son todos unos sudacas" y alguna que otra cosa, y aparecio en mi esa fea sensación de volver a estar presente cuando una persona hace uso de esa triste impunidad de agraviar a quién sea por lo que sea.

Automáticamente se me vinieron a la cabeza recuerdos de haber escuchado a muchas personas de la misma edad que aquella que subió al colectivo esbozando los mismos juicios de valor. La sensación fue más fea todavia cuando aparecieron los recuerdos de tantos chicos/as de nuestra edad que siguen con la misma tendencia de agredir, discriminar y censurar gratuitamente.

Lo hablamos con los chicos en el programa y me pareció interesante esa suerte de propuesta superadora que tiramos al aire que nos propondria pensar antes de hablar. Mirar para adentro, ser concientes del grado de seriedad que tienen esas palabras (las atrocidades que ocurrieron y ocurren por ello) y, mejor, quedarse callado. No delegar inseguridades y frustraciones defenestrando a otros que poco tienen que ver y muchas veces son víctimas. Las mismas víctimas de siempre y las que nunca tuvieron voz ni voto, y contaron con nuestro silencio cómplice para no ayudarlos, y nuestra censura facilista para undirlos.

Por Santi Grandi & Chueco García.

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