30.9.11

El estadio, el palco, la cancha, la democracia.

Vamos a relacionar un par de cosas, como solemos hacer. Como nos gusta hacer. Pasamos de una cosa a otra cosa con suma facilidad, y creemos firmemente en esta concepción. "Saber es saber relacionar" me dijo personalmente un profesor de la facultad, en los lejanos tiempos en que este tipo iba a la facultad, la de Ciencia Política para ser exacto.

Hay metáforas de estadios de fútbol relacionadas a la democracia. Hay palabras de -no tan- revolucionarios nicaragüenses. Hay preguntas. Hay una clara idea de interpelar lo que demasiados de nosotros creemos que es la democracia. Hay un festín de palabras, de reflexiones, a las que nos lleva el gran Eduardo Galeano. Otro de los patronos de este movimiento, ya que estamos.


En los años ochenta, el pueblo de Nicaragua sufrió castigo de guerra por creer que la dignidad nacional y la justicia social eran lujos posibles para un país pobre y chiquito.

En 1996, Félix Zurita entrevistó al General Humberto Ortega, que había sido revolucionario. Mucho habían cambiado los tiempos, en tan poco tiempo. ¿Humillación? ¿Injusticia? La naturaleza humana es así, dijo el general. Nunca nadie está conforme con lo que toca.

- Hay una jerarquía, pues - dijo. Y dijo que la sociedad es como un estadio de fútbol:

- Al estadio entran cien mil, pero en el palco caben quinientos. Por mucho que usted quiera al pueblo, no puede meterlos a todos en el palco.


Toda una declaración, ¿cierto? Este tipo había sido revolucionario en los ochenta, pero llegaron los noventa. El mundo cambió, los sandinistas terminaron perdiendo elecciones por el hastio de la guerra interminable, y todas las conquistas revolucionarias logradas incluso en tiempos de guerra, fueron directas al tacho.

Ahora bien, y quedándonos con la metáfora de la sociedad y el estadio de fútbol...

El pueblo, ¿asiste al partido o lo juega al partido? Sútil diferencia, ¿no?

En una democracia, cuando es verdadera, ¿el lugar del pueblo no está en la cancha? ¿Se ejerce la democracia solamente el día en que el voto se deposita en la urna, cada cuatro, cinco o seis años, o se ejerce todos los días de cada año?

Jugar el partido es lo que nos permite, o nos permitiría, hacer la jugada necesaria para cambiar tal o cual realidad. Demostrar nuestra habilidad para resolver como nadie se lo espera. Sacar el Lio Messi que tenemos adentro para escapar de la marca insesante y asfixiante de "el sistema".

Pero, tal cual entendemos la cuestión, ¿se nos permite esto? Cualquiera sea la respuesta que demos a este primer interrogante, surge otro no menos inquietante: ¿por qué estando tan seguros como estamos que tenemos el derecho de elegir a nuestros representantes libremente, estamos a su vez tan acostumbrados y resignados a soportar tiranías y dictaduras en nuestros trabajos?

La democracia, según yo la entiendo, te permite jugar el partido. Y mucho más allá. Te permite con un movimiento impredescible cambiar toda la historia, todo lo que estaba escrito que tenia que ser, que tenias que hacer. Es, sí, el gobierno del pueblo, y por lógica -dentro de esa lógica- es el gobierno de uno mismo respecto con su vida. Es, también, el derecho de autodeterminarse.

Si, como efectivamente pasa, vemos que circunscribimos lo que entendemos por "democracia" sólamente a aquello de elegir a nuestros supuestos representantes, notamos rápidamente por qué este programa tiene sobrados argumentos para levantar la bandera: somos de los que queremos trascender lo que entendemos por democracia.

Sé que tenemos que tenerlas bien puestas para decir esto, para proponer esto. Pero tranquilos: porque acá nos sobra el coraje y nos sobra el deseo.

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