18.12.12

Un regalo. Uno de los puntos del ensayo escrito por el conductor

¿Un mundo posible?

      Resulta sumamente sencillo encontrarse con personajes que creen conocer las maneras exactas de resolver los llamados “problemas del país”. De una manera simple, concreta, sin contradicciones, ellos sabrían cómo hacerlo. Sin darle lugar a procesos revolucionarios y a sus momentos de efervescencia ascendente y de natural amesetamiento. No, sin nada de eso.

     
Según estas miradas –efectivistas, cansadas ya de tanto parloteo emancipatorio- las soluciones a largos, históricos y premeditados procesos de fragmentación social y desunión se encontrarían en la ejecución de los más bochornosos lugares comunes del pensamiento que rozan lo racista y clasista (casi por su propia naturaleza), y son simplemente un insulto a la inteligencia.

     
Se presenta cuanto menos complicado proveer soluciones a problemas que se creen producto del azar o de una simple generación espontánea. El dilema quizás comienza aquí. Es estúpido pensar que sabremos cómo vivir en un país con “pobreza cero” cuando no entendemos que bajo los parámetros del actual sistema la opresión es necesaria. Una realidad esencial tanto para su funcionamiento como para que las clases hegemónicas acaparen todo para sí mismas, sin ningún ánimo de repartir los dulces de la piñata.

     
Son los parámetros de las clases hegemónicas los que rigen el mundo y son sus construcciones de sentido común las que imperan, delimitando por tanto las maneras de pensar y razonar de todos. El 95% de nosotros no tiene el gusto de pertenecer a este selecto grupo, aunque pensamos como ellos y vivimos como lo que realmente somos: parte de la escandalosa mayoría que no es invitada al banquete (más bien el 99% restante, me corregiría algún hermano estadounidense indignado).

     
Para sostener éste estado de las cosas se necesita de un enorme aparato (en proporciones y penetración) que mantenga las mentes de las mayorías sedadas, sumisas y entretenidas con algunas de las limosnas que arrojan los patrones o relajadas con la ilusión de ser libres, cuando en realidad se es una suerte de esclavo a sueldo. A su vez las formas en que estos sectores hegemónicos intentan plantearnos sus sentidos comunes para que nosotros avalemos sus privilegios se transforman, a la luz de un no-muy-iluminado-razonamiento, en algo ilógico.

     
En ese mundo sin razón de ser  y en donde no se cumplen ciertas reglas básicas como que a cada acción le corresponde una reacción, la pobreza no existiría, pero no por la implementación de políticas redistributivas de la riqueza de corto, mediano y largo plazo o por una saludable intervención de distintas fuerzas de la sociedad, entre ellas el “estado”, destinadas a mitigar la opresión constante a la que vastos sectores son históricamente destinados. La pobreza –o los pobres, mejor- simplemente desparecerán mágicamente, sin que haya mucho más que decir. El imperio de la ley y el orden, las buenas costumbres y la seguridad resolverá todo. ¿Cómo se lo hará? Vaya uno a saber.

     
Lo realmente pobre son sus enunciados. Aquellas elites, con sus representantes televisivos, políticos y periodísticos, promueven soluciones y fórmulas mágicas que en realidad sólo por cuestiones histórico-cronológicas no pueden explicitar (algunos extrañarán las épocas en que la raza o los designios divinos bastaba para justificar sus privilegiadas realidades). Se exige “de la boca para afuera” una igualdad que estructuralmente no sólo no desean, sino que sería contraproducente para sus acostumbrados estándares de vida, o tergiversan conceptos como “libertad de prensa” o  “respeto a las instituciones” (1), cuando en el fondo sólo anhelan continuar lucrando sin que algo se erija por sobre ellos y regule las desigualdades, que algún trasnochado puede que continúe considerando naturales.

     
Las lógicas de las elites son arrogantes –ninguna novedad-, pero  también infantiles e ingenuas. Creer que se puede aprovechar el desguace de un país entero durante diez años sin sufrir las consecuencias que esto produce en la población, es ciertamente estupidez más que ingenuidad (2). Porque podrán sedarnos todo lo que quieran, nos podrán drogar con espejitos de colores (en su momento eran viajes baratos a Miami o Punta del Este y ahora podrían ser LCD o celulares), pero en algún momento, siempre, se terminará reaccionando. Ellos quisieran pensar que no. Ellos pensarán que es perfectamente factible un mundo basado en el individualismo por sobre el bienestar general, en el que los privilegiados de siempre no sólo mantengan su posición sino que cada vez acaparen más sin que nadie patalee o que, vencido y sin esperanza, salga a robar (3).

     
Lo  “ilógico o ingenuo” esconde cuestiones más profundas y más complicadas de combatir. La nula disposición de las elites a compartir parte de todo lo que acaparan no sólo responde a una actitud codiciosa y una avaricia de la que bien nos podría hablar el derrocado presidente de Honduras Manuel Zelaya, sino también a una creencia de superioridad sostenida (aun hoy) por cuestiones hereditarias y raciales.

     
Ellos, aún, parten del supuesto de que “nacieron para tenerlo todo”, siempre fue así y contra el orden establecido no hay nada que nosotros podamos hacer. Aunque la realidad indique lo contrario, y que vivir en un mundo en que se maltrata a las enormes mayorías -esas que nacieron para no tener nada- engendre naturalmente a un Zapata, un Guevara, un Chávez o un Evo Morales. He aquí la lógica pura.

 
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(1) Jean Paul Sartre declaraba que la libertad de expresión/prensa no remite esencialmente a la libertad del comunicador a dar a conocer todos sus pensamientos y sus reflexiones. La libertad de prensa encontraba su enfoque central en la libertad de la gente, del pueblo, de conocer y de entender la realidad, de ser depositario de la verdad y la justicia a través de los medios de comunicación, para así poder tomar las decisiones correctas en su vida y saber cuáles son y cuáles no son los mejores caminos a escoger. Será por la perversión total de estos principios que nos encontramos en el escenario actual, en el que un comunicador como Nelson Castro tenía por sueldo mensual -programa radial diario de 3 horas- la exorbitante suma de 140 mil pesos. Al ser estos empleados de empresas, se da por sentado que ciertos temas –que podrían, porqué no, cambiar de raíz la vida de muchos- nunca podrán ser tocados en los programas supuestamente "informativos". Con esa censura de facto establecida -y por todos conocida- sorprende, por tanto, que justamente los fiscales de la patria -los que se llenan la boca con los reclamos de más "democracia", más "libertad"- sean precisamente periodistas que tienen niveles de vida de millonarios gracias a los obscenos sueldos que cobran de empresas privadas. Ahí hay algo que claramente no cierra, al decir de Quique Pesoa. Se puede argumentar que nada tiene de malo el hecho de que ganen un buen dineral por su profesión, y que cuiden su bolsillo como cualquier otro mortal. Pero resulta, y de nuevo con Quique, que los medios no son fábricas de bulones. Los medios de comunicación son inevitablemente generadores y transformadores de pensamientos. El que existan periodistas endiosados y respetados, que dan una imagen impoluta de "objetividad e independencia" -falacia total-, y a la vez sean decididamente millonarios que les deben sus fortunas al dinero de corporaciones privadas, dejaría aunque sea una sola sensación: ahí hay algo que definitivamente no nos tiene que cerrar.

(2) El asunto básicamente remite a la incoherencia que implica sostener prácticas que terminan exprimiendo al pueblo hasta límites insospechados, y para colmo pretender que este jamás reaccione. Marcar esta contradicción supongo que es una obligación de quien aspira a defender lo que es justo, y tiene tanto sentido hoy, en 2012, como ayer, en 1967 y de la mano de Arturo Jauretche: "Europeizados totalmente con un minucioso desarraigo de parvenus en el lenguaje, en los modos y en las ideas fundamentales, ejecutores, tal vez sin percibirlo porque es la consecuencia inevitable de su liberalismo internacionalista, se vuelven contra el gringo y el meteco, que son instrumentos también inevitables de la ejecución de su política y de su propio enriquecimiento que les permite vivir a nivel y estilo europeo. "Quieren la chancha, los 20 y la máquina de hacer chorizos" y producen ese híbrido que es liberal en lo que llaman progreso, pero que es reaccionario en cuanto perciben los efectos sociales del mismo..."

(3) Conviene aclarar, con Camilo Blajaquis, que existen muchas formas de encarar la temática del “robo”. Que una, la más próxima, “callejera” y en términos cuantitativos la de menor incidencia en la vida del pueblo, sea a su vez impuesta como la única -estructuralmente más importante y peligrosa- a través de la magnificación de la que hacen uso los medios de comunicación masivos en su carácter de defensores del status quo, responde a un intento de ordenar el pensamiento de la población.  Eduardo Galeano se encarga de aclarar decisivamente la cuestión. “Se castiga abajo lo que se recompensa arriba. El robo chico es delito contra la propiedad; el robo grande es derecho de los propietarios. Los robos mayores pertenecen al orden de los vicios aceptados por costumbre”. Es decir que el robo del pobre que roba –presentado como el único posible y existente y ante el cual vale casi cualquiera solución “definitiva” por su carácter de supremo mal de la nación- es satanizado, para así poder absolver a la sociedad que los genera. ¿Por qué no presentar como lo que realmente es -un robo de dimensiones inauditas- los “recortes” en miles de millones de euros en salud y educación pública de los que son víctimas las poblaciones de varios países europeos y que afectan crucialmente la vida de millones de seres humanos?
Escrito por Santiago Grandi

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