30.7.07

¿Qué clase de generación estamos dispuestos a ser?

Somos hijos de los que quisieron cambiar las cosas. Por más que hayan equivocado el camino, o en realidad que nosotros pensemos que han "fracasado" en sus intentos, no es un dato menor que la mayoria de nuestros padres en algún momento de su existencia haya jugado a favor de los cambios, de la transformación de una enorme cantidad de preceptos y formalidades que pensadas hoy en día rozan lo patético.

Lo que quiero decir es claro: quizás no nos damos cuenta de lo valioso que es tener a ésta generación como padres, como madres, como tíos o tías (y así seguiría). Entiendo que la humanidad tienda a buscar llevar a cabo las transformaciones polarizando, llevando a los extremos la propuesta de cambio (cualsea que este fuese), y que sea justamente ésta la razón que determina la imposibilidad real de efectuarla. Y siguiendo con lo que venia diciendo antes, es aquí dónde seguramente la generación de nuestros padres erró el camino.
Pero lejos de tildarlos abiertamente de fracasados o incapaces, yo me preocuparia por verle el lado positivo a la situación. Ese lado que nos delegaría un deber, y es quizás por esto que no se lo quiere reconocer.

La generación que durante los 60 y 70 produjo quiebres muy importantes, nos ha dejado un legado, o al menos nosotros sentimos que es así. Los movimientos precursores de aquellas épocas, entre los que tenemos que nombrar sí o sí al hippismo, representan sin lugar a dudas un antes y un después en cuanto a la rutpura de viejas estructuras y, en algunos casos entonces, en la voluntad de entregarles al amor y a la paz, más allá del discurso, un lugar predominante.

Es en este sentido que tenemos que recordar (y prestar atención a lo actual que nos debe seguir pareciendo dicha pretención) aquél fantástico cambio vivencial propuesto por el movimiento hippie: Salir del mundo de la simulación y de una sociedad enmascarada por modos de vida que alejaban y anesteciaban a la persona frente a la falta de libertad de expresión y a los hechos de discrminicación y de guerra...

Luego de repasar algunas de las ideas de aquellas generaciones, debemos retomar lo que veniamos tratando, para así poder reconocer el legado que nos han dejado y, en buena parte porqué no, admitir el verdadero valor que tuvieron aquellas personas y sus pensamientos.

Nuestros padres, aquellos que comenzaron a pensar realmente a vivir derrumbando prejuicios, fueron parte de una generación que sin dudas cumplió con la misión quizás más complicada, esa que tenia como principal premisa romper estructuras y tratar de imponer nuevas formas de vivir. Que equivocaron el camino, como dijimos, no quedan dudas. Pero (y aquí viene lo bueno) esa no es razón suficiente en ningún caso para que nosotros, hijos de aquellos precursores, no tomemos la posta que nos corresponde. En otras palabras, no es motivo para que desconozcamos el legado que nos han dejado.

Aquellos cambios soñados hace 4 ó 3 décadas han seguido sus movimientos en búsqueda de un equilibrio, de eso no hay dudas. Y es que el proceso, con todos sus errores del comienzo, ha tenido su inicio, y de esa manera ya no hay vuelta atrás.
La cuestión, entonces, pasa por no escapar a la responsabilidad que realmente le corresponde a cada uno de nosotros (insisto, hijos de aquellos). Pasa por reconocer la herencia que nos han dejado y de ser suficientemente valientes para comprender que debemos buscar pensar, hacer y decir en base a nuestros propios deseos, reconociendo a la paz y al amor como los únicos medios capaces de abogar por un cambio verdadero.
Como nuestros padres pensaron y desearon, y siendo nosotros mismos aquellos que tienen la inmejorable chance de no volver a equivocar el camino.

Por Santi Grandi & Chueco García.

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